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Abrumados recuerdos


El aleteo de un tábano interrumpió su calentito sueño y lo obligó a levantarse. Una vez que se levantaba le era cuasi imposible volver a dormirse, por lo cual no gastaba tiempo y energía en intentar a hacerlo. Mientras se reincorporaba al nuevo día, sacaba de su lugar a una de las piedras que armaban el fogón para dar espacio y sacar la ceniza que había quedado. Con el pie comenzó a empujar la ceniza hasta la entrada de la cueva para cuando le dieran ganas (y antes que se acumule mucho) poder sacarlo sin ensuciarse por demás.

Intentaba mantener el habito de la limpieza y orden, pero no tenía con que limpiarse ni mucho menos cosas para ordenar. La monotonía de sus días y la impotencia de estar varado sin posibilidad de cambiar la situación lo hacían llorar diariamente y por alargadas horas. Y los días cómo estos no ayudaban a este problema: por el contrario, le exprimían el cúmulo de los recuerdos y lo hacían retorcerse del dolor mental. Por lo que su próximo paso fue intentar alejarse de aquel ambiente pesado y gris que lo hacían sentirse indefenso ante el ataque a su memoria, además de mojado por la transpiración que le causaba la humedad. 

Caminó. Y caminó. Y la bruma no se iba. "Me sigue", pensaba. "Me está atormentando". Y corrió. Nunca se dio cuenta que estaba llegando la parte del día llamada oscuridad, hasta que el frió comenzó a enfriar su cuerpo transpirado. Tras una mirada 360°, notó que seguía dentro de la bruma y, además, a kilómetros de su cueva. Y sin pensarlo por demás, ya que perdería tiempo, comenzó a correr en lado contrario con dirección a su cueva. Y siguió corriendo. 

Mientras corría, su mente se nublaba. No le gustaba pensar, por lo que correr era un bien para él. Pero la insistente bruma, esta vez, había podido romper la barrera que el correr le proporcionaba. Intentaba concentrarse en la arena que en sus pies saltaba a cada tranco, y lo suave y fría y mojada que se sentía. Trataba descorazonadamente no pensar en el pasado y dejar que el destino maneje una vez más el rumbo de su vida. La bruma lo tenía acorralado y su única vía de escape era acostarse nuevamente en su cueva. Notaba un cierto temor a la situación, porque jamás lo había acosado tanto una bruma, y estaba seguro que su futuro estaba a punto de decidirse. O que la bruma lo decidiría. Y el hecho mismo de pensar tanto en la bruma, lo hizo llegar a la cueva antes que su cabeza se diera cuenta. Agarró un poco de paja y leña que había recogido el día anterior y tras acomodar nuevamente la piedra a su lugar, prendió el fogón. 

Esa noche no comió. Miró el fuego por horas hasta quedarse dormido, sin pensar ni llorar. Tras levantarse al otro día y repetir el procedimiento con la piedra, caminó en dirección opuesta al día anterior. La bruma continuaba, y él ya estaba convencido que se lo llevaría. Sin correr esta vez, y apreciando todo a su alrededor, brillaron sus ojos ante un valle de girasoles resplandeciente. Lo extraordinario era que debajo del valle comenzaba la playa en la que estaba parada, y la bruma marina tapaba por completo al campo. 

"Recuerdo este lugar", pensó. Se acercó con el único propósito de agarrar una girasol, y en cuanto el contacto se hizo realidad, sintió nada más que libertad. Se acostó por encima de los girasoles cosa de que a todo su cuerpo pueda estar tocando un girasol. Y la libertad fue tanta, que acabó durmiéndose. 

Al despertarse, pudo verse a si mismo tirado en el valle desde fuera de su cuerpo. Flotaba, y no ocupaba espacio. El cúmulo de recuerdos pudo relajarse , y por fin se reencontró con ella y sus 5 gatos. Ella tampoco ocupaba espacio físico, pero se podían ver mutuamente. 


El dolor mental había desaparecido. Los recuerdos, finalmente, dejaron de ser recuerdos.

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