Venía siempre a visitarme. Nunca fue un tema de pena el hacerle sentir la buena energía de una casa. Era infalible: una vez que estaba en la puerta a la espera, mi piel se fruncía mientras vibraba en la alegría. Rutinariamente, entraba y se sentaba en la silla más cercana a la estufa. Sus secuaces miradas me agregaban (sin tener que decirme nada) una tarea que siempre cumplí entre felicidad y bienestar: le llenaba la bandeja hasta rebalsar, y su panza quedaba repleta. Para él, en casa, siempre era cena de Navidad.
Finalizada la merienda (siempre le dije merienda, ya que jamás llegaba antes de las 6PM), siempre empezaba a sentirse el clima lúgubre de una tarde falsamente bella que siempre tenía fin. ¿Cual sería la manera sana de hacerle entender que debía irse? ¿Puede alguien sentirse bien tras expulsar a un ser que debe ajustarse diariamente a la vida de la calle? Lamentablemente, la sentencia la dictaba el ser que, en esa etapa de mi vida, fue mi pareja: si de mi dependía, la puerta jamás sería la salida.
Las agujas enervaban cada esquina de mi sensible y desquebrajada esencia. El inacabable tic-tac agregaba un plus a la tenue luz amarillenta que arriba de la ventana residía: de esa manera, se creaba una fúnebre mezcla de negatividad capaz de arrasar cada alma que allí residiera. Ay, las malditas agujas. Presagiaban un final que discrepaba del carácter indiscutiblemente indulgente que me caracterizaba. Intenté exigirme y blindar mi vista para, de alguna manera, evitar que las agujas esclavicen mi mente. La tempestad mental jamás me permitiría pensar adecuadamente. Y ese plan fue el desencadenante de una pesadumbre irremediable.
"Día tras día, vigilia tras vigilia, admiraba la crueldad humana que mi pareja manejaba. ¡Para mi era crueldad! Dejar a un ser a la plena luz lunar que, encima, muestra señas gratificantes hacia mi simple ayuda. Humilde y deambulante esencia, causante de análisis sin finalidad alguna más del fin empatizante. Lejana presencia infeliz, te necesité cerca. Mientras sufrías, veía el descansar apacible de mi pareja y mis pies transpiraban mientras imaginaba tus pesares y vivencias."
Alarmante día fue aquel que tuve que dar marcha atrás a la aventura de innumerables semanas a la par de mi pareja. Mi piel abrumada generaba cierta languidez que jamás pude remediar, hasta el dia en que tuve aquella grandisima idea. ¡Que invidente fui! Cuanta dificultad hay en pensar adecuadamente en etapas de ceguera. ¡Enteramente su culpa fue! Agradecí a mi mente de hacerme entender que la carga la debía llevar ella: su malquerencia tenía la capacidad de alejarme de mis apetencias. En ese instante, tuve que decidir. Y la idea salía a la luz, y evidenciaba grandeza.
Me alegra decir que el malestar es parte del ayer. Me alegra decir que tras tantas tristezas, me alejé de la angustia diaria que mi pareja generaba. Pude decidir, finalmente, quien quería que fuera mi par en mi casa. Era entre una figura negativa y para nada empática, y un ser de luz que, si bien carece del habla, está de manera radiante. Pude finalizar de entender que quien duda en dar, jamás me termina de cerrar. Y, finalmente, pude darme de manera pura una respuesta que sale de mi alma. Elegí a usted, segunda parte de mi vida, magnifica figura cuadrúpeda de pelaje brillante. Elegí la pureza animal, antes de la desalmada presencia de una humana para nada decente. Y, felizmente, para mí, cada día es Navidad.
Comentarios
Publicar un comentario