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Entre amores incomprendidos y amor proprio

El calor primaveresco lo despertó minutos antes de que suene la alarma. Se quedó acostado descansando los ojos hasta que la suave melodia de todas las mañanas le pegó un cachetazo, avisandole que tenía todo otro duro día por delante. Se puso su short preferido de entrecasa y su buzo holgado para ir a desayunar, sin remera. Olga, su mamá, lo estaba esperando con su cafecito y tostadas negras de todas las mañanas. Apenas entra a la cocina, agarra un papel del rollo de cocina y se suena la nariz. Se sienta en la mesa.
-Buen día.
-Buen día, Ma.
-Otra vez te levantaste resfriado y otra vez no te calzaste. Durazno o naranja hoy?
-No importa si estoy descalzo o no, ya sabes como me pega esta época del año. Durazno, por favor.
Guido se sopla de nuevo la nariz y, suavemente, unta la tostada con mermelada, mientras mira de paso, como todos los días, su tatuaje en su muñeca. De alguna manera, siempre logra despertarlo y reavivarlo un poquito más. La madre lo analiza atentamente, y al darse cuenta se le escapa una sonrisita:
-¿Qué mirás?
-Nada, hijo- dijo ella con una voz de absoluto amor materno -, me gusta mirarte y verte comer.
Siempre se sintió muy acompañado, pero a su vez siempre fue muy reservado, guardandose muchisimas cosas. Es de esas personas que tragan, y tragan y tragan recuerdos ásperos y sentimientos maliciosos, pero siempre es super positivo. La vida nunca fue su mejor amigo, por eso siempre decidió combatirla y hacerle frente. Como uno de esos guerreros que por más lastimados estén no se dan por vencidos hasta su última gota de sangre.
Unta su segunda tostada. Vuelve a mirar el tatuaje.
-Ayer hablé con Ignacio- dice Olga con voz quebrada. Sus ojos estaban perdidos en su té mientras lo revolvía suavemente sin sentido. - mejor dicho, hablé con los médicos. Recayó.
Guido no estaba para nada sorprendido. -Hace cuanto no teniamos un arranque de día así? Ya hasta me estaba acostumbrando a no tener esta noticia en un desayuno...
- Poco más de dos meses.
- Ya está. No le demos más vueltas al tema. No hace bien. Me voy a bañar.
En la ducha explota en llanto, como tantas otras veces. Pero ya no de tristeza, sino de ira e impotencia. Se mira al espejo, respira hondo para recargar energías y sale del baño. Se pone sus zapatillas más cómodas, el mismo shortcito, su remera de entrenamiento preferida y sale con el mismisimo buzo holgado y su raquetero.
Dentro de la cancha, es la misma persona que lo es por fuera de ellas. Paciente, resguardado, sin arriesgar ni tirar bolas al aire por tirar y, al momento justo, enganchar su mejor tiro para tomar la iniciativa y llevarse al rival por delante. Todas las problematicas personales las descarga con la raqueta empuñada en su mano izquierda. Zurdo, hábil, rápido, no tan alto. Cuando tiene la pelota cómoda en su drive, no duda en descargar todas las malas vibras que lo empañan para darle rosca y potencia a la pelotita. Ese, al fin y al cabo, es su secreto.
-El lunes partimos para Mendoza, Gui. El jueves tenes la primera ronda.
-Ya se, profe. Te pensas que no lo tenía en cuenta? Todo el año lo estuve esperando.
-Y bueno, a veces estás medio desvolado en tus cosas, que se yo. - con un tono de risa.
El ambiente del club es lo mejor que le pudo haber pasado. No existen enemigos, sólo rivales (y en época de nacionales, solamente). Ama el club, así como el club lo ama a él no solo por sus dotes deportivas y físicas, sino por su valor como persona. Y todos allí dentro están convencidos que, tarde o temprano, se coronará en los Torneos Nacionales para conseguir su primer punto ATP y así entrar al profesionalismo.
Llega a casa, con un excelente humor pero muy cansado. Estuvo tanto tiempo al sol que sus antebrazos tenian diferente color que sus hombros. Encara directamente para la ducha, su lugar de reflexión por excelencia. Muchas cosas pasan por su cabeza: lo cómodo que se siente con su drive; lo entusiasmado que está por el torneo; se imagina a su madre viendolo desde la tribuna para recobrar más fuerzas; de allí, recuerda la sonrisa esbozada por ella a la mañana. Recuerda a su padre, cuando le empuñó por primera vez una raqueta. Cierra los ojos fuertemente, sonríe y se besa la muñeca.
Bolsito y raquetero en mano. Parte hacia Mendoza. Su madre, en su Chery atrás del micro donde viajaban todos los del club. En el viaje, tiene una pesadilla horrible: aparece el padre, Ignacio y su madre aparentando una agonía terrible por parte de los tres. Se despierta sobresaltado, y no logra pegar ojo en todo lo que va del trayecto. Le preguntan si le pasaba algo, pero desmiente todo y carcome una vez todo lo interior.
Llega el jueves. Primera ronda contra otro tal Guido. Pierde el primer set, y en su peor momento, recuerda la pesadilla: gana un game con dos aces y dos winners de manera fabulosa. Da vuelta el partido y pasa de ronda. Así, ronda tras ronda, recuerdo tras recuerdo, llega a la semifinal sin muchos problemas. De hecho, la primer ronda fue la más aguerrida.
Era martes de la otra semana. Habia sido una semana de lujo, la verdad. Con todos sus seres queridos rodeandoló, disfrutó de cada desayuno, cada almuerzo, cada cena, cada visita a distintos lugares, cada partido. Hasta qué, en el hotel, una mano lo agarró del hombro mientras estaba conversando en un patio con su entrenador y su preparador físico.
-Hola, hijo.
Se le cayó el mundo. Todo lo que había logrado dejar en el pasado para convertirlo en fuerza para seguir adelante se le desmoronó con dos simples palabras, y un cuerpo parado detrás suyo. Un escalofrío le recorrió de pie a cabeza, debilitandolo por completo. Su cara se desfiguró. Había reconocido esa voz grave y, aunque parezca amable, sabía que estaba cargada de malos sentimientos: de sentimientos negativos que tanto mal le habían hecho. No pudo contestarle.
-Nunca será el momento indicado para hablarte, pero tomé fuerzas y vine a hacerlo. Si no era ahora, era mañana en el partido. Jugás contra mi alumno.
Guido se largó en llanto. No le salió otra cosa que abrazarlo en el momento. Habia extrañado por años esa voz, esos hombros rígidos y espalda de tenista. Estaba igual que seis años atrás, solo que envejecido de cara y con un poquito menos de pelo. Cinco segundos fueron suficiente hasta que se dió cuenta que no era lo correcto. Lo apartó bruscamente, y lo miró a los ojos. Pensó por un momento que era otra de sus pesadillas, pero no.
-Te fuiste, así nomás. Y te da la cara para venir antes del momento más importante de mi vida?
-Lo sé, hijo. Pero peor, pensé, era que me veas desde dentro de la cancha mañana. Sólo quería desearte la mejor de las suertes.
Con cara de repudio y sin decir nada, dió media vuelta y se fue corriendo. Entró a la habitación de la madre. No quería contarle, pero tuvo que hacerlo: no podía ocultar semejante situación. Ambos lloraron. Ella, aún con más fuerza. Y con más repudio.
Llegó el partido. Entró totalmente metido en el partido, pero esta vez con el ceño fruncido relleno de enojo. En la entrada en calor, mira hacia las gradas: saluda a su madre con un guiño, y ve a su padre del otro lado. No le presta atención.
El primer set lo pierde descaradamente. 1-6. Al terminar el set, revienta una raqueta contra el suelo. Se sienta, y se tapa la cabeza con una toalla. Pide ir al baño y el árbitro le concede unos minutos. Pone solamente la cabeza debajo de la ducha, y luego fija su mirada hacia el espejo: exactamente hacia sus ojos. Nota que no estaba bien. Se mira la muñeca: ésta vez, la da vuelta para no mirar el tatuaje, y cambia de muñeca la banda que usa para secarse el sudor. Deja tapado el tatuaje.
Vuelve a entrar con una energía indescriptible. Mira a su padre con cara desafiante, y comienza el segundo set. Juega un partido increible desde la majestuosidad con la que finaliza los puntos hasta la paciencia con la que arma el punto de juego. Cada drive, cada revez, cada saque es un movimiento para apreciar que embellece el juego como nunca.
Da vuelta un partido que parecía perdido. Termina el partido, y explota en llanto. Entran todos sus compañeros, cuerpo tecnico y su madre a la cancha a abrazarlo. Los separa para ir cordialmente a saludar a su rival y al referee, para seguir abrazado junto a todos ellos. Busca al padre: ya no está. Y nada le hizo más feliz que eso. Ya no le importaba la final. Su final, ya la había ganado.

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