
-Viene otro. No sangro desde hace 2 meses ya.
La cara de Luke no se inmutó. Ya desde hace mucho tiempo parecía casi no tener sentimientos.
-No lo quiero - replicó, con dureza.
La llovizna comenzó a tapar la ciudad de Manchester. Luke miró el grisáceo cielo y explotó en maldiciones hacia todos los ángeles. Todavía no había podido arreglar el agujero del techo que desde hace semanas viene inundando su casa con cada lluvia. Entró por la puerta principal y Kittie lo retó por el barro que trajo consigo.
-Que queres que haga, la slum es así.
-Por lo menos sacate los zapatos para entrar.
Había mucha tensión en la casa Huttington desde que su pequeño Ed se marchó. Ni siquiera los domingos de descanso lograban darles su buen humor necesario para retomar fuerzas para la semana. De hecho, terminaba siendo el día más problemático de toda la semana. Todos los domingos a la mañana Kittie se la pasaba limpiando la pequeña choza intentando quitar el olor a cerveza que inundaba toda la entrada y la habitación. El problema aparecía si por algún movimiento en falso despertaba por error a Luke en su único día de descanso: no había quien pudiera controlarlo.
Los domingos eran reservados para la taberna. Luke se despertaba y se salteaba la hora de la Iglesia para concurrir con sus compañeros a la taberna de Wilfred para quemar horas del día. Se podían pasar horas y horas para luego volver a sus respectivos hogares, lugar qué parecía ser el descargo de Luke. O mejor dicho, Kittie parecía ser el descargo de Luke.
Las semanas eran interminables. Luke se pasaba tres cuartos del día en la fábrica, para volver a su casa, dormir unas horitas y volver a trabajar. Arrastraba muchos males: enfermedades, malestares, sorderas y afecciones psicológicas que no hacían más que agrandarse a medida que el tiempo pasaba. El trabajo lo consumía, y él lo sabía.
-Y que podemos hacer? No trabajar más? Moriremos de esta manera.
-Tienes que aguantar, Luke. Tenemos que aguantar. En algún momento, esto cambiará. No sé cómo, no sé cuándo, pero cambiará.
-Por el trabajo perdí a mi pequeño. Por el trabajo perdí el amor que siento por Kittie. Por el trabajo perdí el amor que me tengo hacia mí mismo. Ya no hay razones para seguir así, Frank.
Frank era su compañero en la fábrica. Era al que más veía y con el que siempre se emborrachaba los domingos. Si bien tenían mucho en común, Frank vivía con la madre y podían subsistir bien juntos. Luke muchas noches no tenía para comer, y tampoco su esposa. Desde que Ed partió, nada fue igual. Era su única razón de vivir. Para ambos. Era muy pequeño para tantas horas de trabajo y su físico esquelético y desnutrido nunca ayudó para la minería. Pero sin el trabajo del niño, no podrían haber salido adelante.
La semana finalizó, y nada más y nada menos que con una leve llovizna. Este domingo, Luke llegó más tarde de lo común. Eran las 8 de la mañana, la cerveza que destilaba junto con el barro en sus zapatos enfurecieron a Kittie, en una discusión que ya había vivido unas mil veces. Pero él estaba saturado. Estaba saturado consigo mismo, con el trabajo, con la ciudad, con la vida. En un acto de inconsciencia completa, agarró un cuchillo y, luego de los golpes habituales a ella, se enterró la navaja en su propia garganta. Kittie gritó, lloró, y después festejó.
Finalmente, el mal en aquella casa se había ido. Las gotas caían sobre su cabeza mientras miraba el cuerpo, y sonreía. Salió hacia la calle y la llovizna le golpeaba suavemente el cuerpo. El vecino, al oír los gritos, ya estaba camino hacia ella y al verla, le preguntó cómo estaba.
-Mejor que nunca, Mark. Mejor que nunca.
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